Las empresas… esos entes económico – sociales en que uno pasa alrededor de 40 años de su vida. Esos entes donde –en virtud de las características actuales del trabajo- pasamos más tiempo junto a nuestros compañeros de trabajo que en contacto con nuestra familia o afectos. Ese sitio donde vivimos y compartimos alegrías y tristezas, donde direccionamos (en gran medida) nuestro destino y, por sobre todo, dirigimos el de los demás.
Claro que es importante para nosotros en particular y para la comunidad en general. Pero qué sorpresa tenemos cuando observamos que en el barco en el que estamos no están las personas más adecuadas para conducirlo. Muchas veces tenemos la suerte de tener buenos jefes y compañeros, pero ¿disponen ellos de las características necesarias para dirigir a buen puerto la compañía?
Lamentablemente, la Dirección –en la mayoría de las empresas argentinas- cuando seleccionan personal jerárquico se olvida de definir el perfil que se ajusta a la realidad que hoy les toca vivir. En la mayoría de los casos se sigue eligiendo personal en relación a un contexto ya caduco o, en el mejor de los casos al modelo de eficiencia que tiene en la mente el dueño.
Veamos –al menos en forma simplista- dicho perfil.
Muchos de los actuales jefes o gerentes –generalmente por propia decisión- se encuentran perfectamente identificados con el tipo de «funcionario». Piensan y sienten como tales. Su vida es sinónimo de empresa, a punto tal de perder en ocasiones su verdadera identidad y fuerza vital. Sí… viven con la camiseta puesta… pero casi siempre mal transpirada.
Camisetas trajinadas, pero mojadas por la rutina y el ahogo de los funcionarios que «lo soportan todo» en razón de una dependencia imposible de doblegar; el trabajo duro –como burro de carga- para aparentar imprescindibilidad; que conviven con la empresa pero que no la aman. Como esos matrimonios vencidos por el peso del hastío y los años, que sepultan diariamente esa cada vez más lejana ilusión de una vida compartida llena de felicidad, pasión y alegría, que se evaporó como la transpiración de la camiseta de la empresa.
Esos funcionarios que se dicen asimismo una y otra vez «qué alternativa me queda»; juego siniestro que termina en una cansada y autoconvincente resignación. Esos son «funcionarios gerentes» que soñaron con un casamiento feliz y que hoy no se atreven a patear el tablero, a crear nuevas situaciones dentro de la empresa para reactivarla o bien asumir su divorcio con el deseo de buscar nuevos rumbos y horizontes. Ellos reconocen –a veces muy lentamente- que de ese casamiento obtienen casi todas las satisfacciones materiales: ingresos, reconocimiento profesional y seguridad individual. Y en respuesta a ello se convirtieron en administradores del patrimonio del cual se nutren.
Pero el clásico «administrador» ya no es suficiente para el desafío que la actualidad económica nos impone. Su connotación de control, conservación del status quo y reducción de costos, ya convierte a este modelo en algo descartable.
Hoy se requiere un nuevo perfil; se necesita un dirigente que construya, que avance quebrando estructuras para desarrollar nuevas y mejores, que actúe con libertad y sepa otorgarla para que sus hombres puedan crear con él.
Esos «funcionarios – gerentes – casados con la empresa», generalmente tienen miedo a lo nuevo, a lo desconocido, a los desafíos, al cambio. Miedo a la aventura. Hacen uso de un pensamiento racional y lineal, el adecuado para mantener el negocio organizado, prolijo, disciplinado y productivo. Hacen de la autoridad un culto, de la sensatez la fórmula de la vida; depositan su fe en todo «lo que es» y desconfían del «podría ser».
Esos funcionarios – gerentes son un lastre que rápidamente debemos desprender de nuestras organizaciones. Hoy se requieren otras cualidades. Las cualidades propias del «intrapreneur». Se necesitan profesionales – gerentes que se enganchen más con los proyectos que con las estructuras empresarias, por más cómodas que éstas parezcan. Esos que están dispuestos al divorcio antes que sepultar su vida y sueños en la resignación de un matrimonio anquilosado; que quieran vivir apasionadamente la aventura de ser protagonistas en el desarrollo de su empresa.
Esos son los profesionales – gerentes que aún no siendo titulares o socios tienen «gran capacidad para percibir las oportunidades» que brinda el mercado; que saben que siempre existe una forma de alcanzarlas y son terribles y convencidos soñadores de que el éxito coronará su esfuerzo.
Ellos están siempre dispuestos a tomar acción, saben cuál es el negocio, suman, aportan ideas productivas, aprenden a ser flexibles, están cerca del cliente, su máxima preocupación es cómo administrar el tiempo, trabajan pensando en el mañana, son proactivos y no reactivos… actúan con mentalidad de patrones.
Puede ser que su empresa todavía esté casada con «funcionarios». Recuerde que, al igual que en la pareja, no siempre la separación es por común acuerdo. A veces es necesario que la decisión la tome uno… el se siente más perjudicado con la relación.
No se olvide que su «felicidad» –en términos de consecución de objetivos- está en juego. Por ende, obre en consecuencia.