En otro artículo ya hemos visto que nuestra vida se plantea desde la toma de decisión.
Mencionamos el hecho que en todo momento estamos decidiendo, en forma consciente o no, pero nunca dejamos de decidir. Me levanto de la cama o no, café o té en el desayuno, hago esto o aquello…etc., el decidir y el vivir son casi sinónimos.
El problema es que cada decisión implica una consecuencia y, dado que el tiempo no puede retenerse, cuando se decide hacer algo se está omitiendo otras alternativas y de estar equivocado en la decisión o simplemente cambiar de parecer, ineludiblemente concluiremos que el tiempo dedicado a la tarea elegida se perdió y no hay forma de recuperarlo.
Como si fuera poco, todos somos seres influenciables, por tanto, nuestras decisiones se encuentran siempre afectadas en más o en menos por distintos factores tanto sea externos e internos.
Aunque pueda parecer tonto, en nosotros mismos se encuentran los elementos con mayor gravitancia a la hora de alterar nuestro pensamiento y decisión. De hecho, son nuestros modelos de pensamiento y prejuicios los primeros que intervienen en el “supuesto” libre pensamiento y desde la lectura e interpretación de los acontecimientos conducen nuestro pensar hacia confines no siempre deseados o positivos para la organización e incluso para la vida del decisor.
Esto, al margen de las consecuencias personales que puede originar, es de gran importancia y debe ser tenido en cuenta a la hora de decidir ya que bien puede acarrear grandes perjuicios y costos a la empresa a tal punto de que incluso, puede hacerle perder el mercado y su futuro.
Siendo así, es imprescindible reducir al mínimo la posibilidad que la decisión se vea envuelta en una suma de definiciones y conceptos errados. Para ello, resulta importante conocer el enemigo a batir, ya esto nos pone alertas y ayuda a evitar y/o minimizar la potencial distorsión.
Dado que ya hemos hablado acerca de los “modelos”, hoy nos centraremos en los “prejuicios” y como estos atentan contra la buena práctica de la decisión empresaria.
Los prejuicios.
Aún cuando se lo niegue, las personas tienen dentro de sí definiciones y posiciones conceptuales que muchas veces acarrean creencias infundadas y cierto planteo discriminatorio. Ya sea por aspectos impuestos desde lo cultural o por experiencias de vida, el cómo nos ubicamos en cuestiones de índole racial, religioso, social, cultural, etc. puede bien hacer la diferencia entre una decisión correcta o no.
Un prejuicio es un “juicio u opinión que se hace inmotivadamente de antemano y sin el conocimiento necesario”, lo que nos hace ver que, independientemente que éste sea o no negativo, ya solo por no estar basado en información suficiente implica una sustancial distorsión de la realidad, por ende, se asume un alto porcentual de error en cualquier decisión que se tome al respecto.
El prejuicio, es parte de la psicología humana y su razón de ser no es de sencilla definición. De hecho, hay múltiples teorías que intentan explicar la cuestión con diferente razonamiento y resultado.
Lo cierto es que los prejuicios alteran en más o menos la manera de decodificar y percibir el contexto, la forma de recibir información y de aprender.
Los prejuicios se vinculan directamente con la “estrechez” o el “nivel de apertura mental” de las personas hacia la realidad y la información que de ella surge. A mayor prejuicio, mayor es la incapacidad para entender y/o aceptar la información que emana de culturas diferentes.
Cuanto menos prejuicios una persona tengas mayor es la facilidad de esta para relacionarse con “el otro” y establecer y mantener buenos vínculos.
A fin de ser honestos, debe reconocerse que la contracara del prejuicio es que estos generan mayor socialización entre aquellos que comparten al mismo; no obstante, este no es el punto en discusión ya que lo que se intenta evitar es la mala decisión por efecto de la distorsión que ocasiona los prejuicios.
Ahora bien, definido el daño que provoca en la “toma de decisiones” cabe preguntarse el cómo se eliminan, cuestión que fácilmente se deduce como de difícil tarea ya que estos vienen de la mano de aspectos culturales y de estilo de vida que muchas veces se imponen desde nuestro nacimiento.
Todos los seres humanos somos “interesados”, es decir, que nos movemos en función de los beneficios (evidentes o no) que podamos obtener, en razón de ello, usualmente los prejuicios suelen reducirse cuando la persona toma conocimiento de los beneficios que le reportará el vínculo haciendo que esto actúe como motor del cambio.
Una alternativa muy usada en los talleres, es generar empatía (ponerse en lugar del otro). Este mecanismo se puede llevar a cabo con juego de cambio de roles o teatralización.
Otra forma de trabajar a fin de disminuir los prejuicios es incrementar el contacto personal con “el otro”. Esto conlleva el mayor conocimiento de su realidad y la formulación de paralelismos naturales entre las personas en relación a las emociones y deseos más puros.
Esta tarea se ve facilitada cuando se llevan a cabo actividades que requieren cooperación a fin de su consecución exitosa.
Es fácil ver que cuando se desarrolla amistad entre dos personas los prejuicios decaen estrepitosamente. El amor hacia el otro y el cabal conocimiento del otro en cuanto a sus objetivos de desarrollo, amor familiar, vínculo con hijos, etc. hace ver éste como un igual, ergo, los prejuicios pierden sustento.
La imposición de normas también es usada con igual fin, no obstante, aún siendo favorable debe ir de la mano con políticas de integración dado que si no se pueden generar sentimientos negativos ocultos de difícil detección y resolución.
Aún lo dicho, la educación y la capacitación adecuada es la herramienta más poderosa para resolver esta cuestión. El darse cuenta, el conocer, el ver en la diferencia mayores capacidades y beneficios es el vehículo para que el prejuicio se vea impedido de entorpecer la interpretación de la realidad.
Reconocer el problema, definir la dificultad y el daño hacia la organización y la persona, resulta la primera y más difícil cuestión. Aspectos de índole emocional complican el análisis y generan justificación suficiente para callar la crítica y opinión.
Tan difícil resulta esto que básicamente es lo que diferencia a una persona que tiene o no prejuicios.
Hablar, conocer, debatir sobre esto es lo que hace posible el ir allanando las posiciones supuestamente innegociables. La sanción muchas veces incrementa los sentimientos negativos y con ello se refuerza el prejuicio.
Dr. Daniel H. Casais (MscBA)
Director de Carrera
Licenciatura en Marketing